viernes, 20 de abril de 2012

Capítulo 3

Miré la hora. Faltaban dos minutos para las nueve. Volví a echarme un último vistazo en el espejo. Últimamente no había comido demasiado y eso se me notaba, mis facciones eran más finas y casi podía seguir las líneas que dibujaban mis costillas. Mi cara estaba pálida y se me veía cansada a pesar de que no hacía mucho que había estado sumergida en un baño de agua caliente. Retiré la vista del espejo y me decidí a salir de la habitación.
Estaba nerviosa y muy emocionada. Me sentía agradecida con Margarita y David. No sabía que esperaban de mi y si les decepcionaría. No sabía como dirigirme hacia ellos: ¿Les decía mamá y papá? ¿O les llamaba por su nombre? No tardé en saberlo... Por el pasillo se podía respirar un dulce aroma que indicaba que la hora de la cena ya había llegado. Seguí caminando hasta el lugar de donde provenía ese olor, hasta llegar a lo que debía ser la cocina. Allí me encontré con Margarita, la cual me saludó y me invitó a pasar con un amable gesto. No me lo pensé, pues sentía que con ella podía tener confianza. Me situé a su lado y por segunda vez volví a escuchar su voz.
Esta vez me preguntó si tenía hambre y yo le respondí que muchiiisima.  Desde que pasó todo no recordaba haber comido bien ni una sola vez. Ella sonrió al oír mi respuesta y me dio a probar un poquito de lo que estaba cocinando. He de decir  que jamás había probado algo así. Me moría de ganas por cenar. Le pregunté si podía ayudarla para que acabara antes. Ella me respondió que sí, con un gesto me indicó donde se encontraban los platos y los cubiertos y me pidió que los sacara. Pacientemente observaba como ella colocaba la cena sobre los platos. Al acabar me sonrió, dándome a entender que ya había llegado la hora de probar bocado. Ella cogió dos platos y yo uno juntos los tenedores y servilletas. Como era verano me explicó que esa noche cenaríamos en el jardín, donde nos esperaba David. Al acercarnos pude dislumbrar su silueta. Sin duda era un hombre alto. Margarita me pidió que corriera la puerta que nos separaba.
-Mi vida, ya tenemos aquí a nuestra pequeña- dijo Margarita.
En ese momento a él se le iluminó la cara. Cogió el plato que sostenía entre mis manos y lo dejó encima de la mesa. Acto seguido me dio un beso en la frente y me abrazó. Al soltarme me invitó a que tomara asiento en una de las sillas que había alrededor de la mesa. Estaba cara a cara frente a mi nuevos padres, lo cual me provocaba una sensación extraña...
Definitivamente David era alto, muy alto. Su piel estaba bronceada. Su pelo era castaño y lo llevaba completamente alborotado. Me recordaba a un personaje de una película que había visto con mi antigua madre, antes de que esta muriese... Esa película de vampiros tan cursi que yo nunca acababa de entender... Crepúsculo, si no recuerdo mal... Sus ojos eran totalmente negros. Estos me miraban con curiosidad. Tenía unos pómulos bien marcados y una sonrisa preciosa.
-Adelante, no seas tímida-me dijo- come todo lo que quieras. Soy David, pero no me llames por mi nombre, me gustaría que me llamarás papá.
Sonreí. Que feliz era en ese momento. Esa cena fue muy agradable. Hablamos de miles de cosas: de lo que nos gustaba, de lo que no, de nuestras vidas, de deporte, de cine... y de música.
Aún sigo agradeciéndoles que me hicieran todos esos regalos y que se portaran tan bien conmigo. Al terminar de cenar recogimos la mesa, y los tres cogidos de la mano nos dirigimos hacia una nueva habitación. Ante mi sorpresa aquella sala estaba llena de instrumentos musicales. Un gran piano de cola se mostraba majestuoso en medio de la estancia. Margarita se sentó en la banqueta que había delante de él y David se apresuró a sacar su preciado violín. Su madera barnizada de color era realmente singular y única. No recuerdo haber visto uno igual que el de él. Con un gesto me indicó que tomara asiento y ellos comenzaron a tocar. Allí me quedé, absorta en su triste melodía. Veía sus cuerpos moverse rítmicamente al compás de su música. Hasta que llegaron al final... No sé cuanto tiempo pudo transcurrir mientras tocaban. No sabría decir que fue lo que aquella noche interpretaron para mí. Solo sé que me dejaron fascinada con el sonido embrujado de aquellos instrumentos. Me miraron complacidos mientras se acercaban a mí.
-Pequeña, ¿Te ha gustado?
Respondí que sí con un movimiento de cabeza acompañado por una sonrisa. Ellos dos se miraron y también sonrieron. Margarita se sentó a mi lado mientras David se disponía a coger un estuche. Al acercarse, Margarita me susurró:
-Seguro que esto también te gusta.
Con delicadeza David abrió el estuche que sostenía en sus manos y sacó de él un violín diferente. Me quedé observándolo unos instantes. Al igual que el de David era un violín precioso. Estaba barnizado con un color beige clarísimo. Me quedé hipnotizada con los detalles que tenía grabados. No sabía que decir... ni que hacer...
-Tenlo entre tus manos pequeña. A partir de hoy es todo tuyo si tú quieres.
No pude rechazarlo. Algo de él me llamaba, algo de él me atraía...
Ese verano fue uno de los mejores de mi vida. Recuerdo el sonido del chelo mientras jugaba en el jardín... el sabor del pan con chocolate de la merienda... el olor a rosas que inundaba toda la casa... También cuando padre me enseñaba a hacer reír y llorar a mi violín... ¡Esos días eran maravillosos! Sin embargo ahora el tiempo se ha ido, ya es demasiado tarde. Dejé escapar lo que ahora me hace estar triste. Me arrepiento, siento que me muero. Ya nada vale la pena... por mucho que lo intente ya no puedo retroceder hacia atrás...

No hay comentarios:

Publicar un comentario