martes, 27 de marzo de 2012

El error de Sam

                                  

Soy Sam. O al menos, así me llaman. Es sólo un nombre, una apariencia. A veces me paro a reflexionar y siento un vacío. Quizá sea por lo solo que me siento. Es como si estuviera encerrado en una habitación oscura con muros indestructibles. Lo único que me alienta es conseguir algún que otro logro de vez en cuando y tocar la guitarra. Con ella, puedo expresar lo que siento mediante acordes o punteos. Es lo único que se me da bien. Siempre he sido el último en todo excepto en eso. Ahora estoy solo de verdad, no como siempre, sino sin nadie a mi alrededor. Poco a poco me he ido buscando la soledad. La gente no se me ha dado bien y he querido alejarme de ella. Ahora sé que estaba equivocado. Quiero a gente a mi lado.                
                Nunca me ha agradado estar rodeado de desconocidos que observan todos mis movimientos, pero ahora es diferente. Todo ha cambiado. Antes, cuando me sentía frustrado me alejaba de todo el mundo. Creía que en el silencio y en mi interior encontraría la respuesta a todo. Pero era un error demasiado grande para darme cuenta de que lo cometía. Necesitas personas a tu alrededor. Ahora sé que estar solo no es agradable. Me he aislado de los demás creyendo que ellos me ignoraban, cuando he sido yo el que lo ha hecho. Pero ya no hay vuelta atrás. Siento como poco a poco van pasando los días. Y yo, mientras tanto he ido envejeciendo en estos tres años. No sólo exteriormente, sino también interiormente, ya que he madurado más. He esperado que alguien viniera a por mí. He soñado que salía de este sitio en el que estoy atrapado. No hablo de un sitio ficticio creado por mi imaginación, sino de esta isla en la que llevo un tiempo precioso de vida. Llevo aquí demasiado. Todos los días me acuerdo de Verónica. Ella es la única persona con la que me siento bien. Estoy enamorado de ella. Tanto que la simple idea de que no voy a poder verla nunca más hace que en mi corazón se forme un nudo tan fuerte que me oprime el pecho y me dificulta la respiración. Ojalá le hubiera dicho lo que siento por ella antes de llegar aquí. Pero he sido demasiado tímido para contarle mis sentimientos. Ella era mi amiga y si le hubiera dicho que me gustaba quizá se hubiera reído en mi cara y me hubiera dicho que yo no era nadie. Pero no, ya no iba a consentir creerme inferior que otras personas. Ya estaba harto de cómo me había aislado del mundo. Si salía algún día de esa isla no iba a volver a intentar pasar desapercibido y a mirar al suelo creyéndome poca cosa. Iba a mirar a los ojos a todos y a dejar de aislarme. Iba a decirle a Verónica que cada vez que la miraba sentía que el corazón se me salía del pecho. Quizá suene cursi pero me da igual. Se lo iba a decir a los ojos y si me menospreciaba, entonces sabría que yo puedo aspirar a alguien mejor, porque cualquier persona que infravalore a otra no merece la atención de esta. De todas formas, yo sabía que Verónica nunca se hubiera reído de mí, pero el pánico que me producía pensar en mostrar mi amor hacia ella, me hacía pensar cosas disparatadas.
                Esta isla es grande. Lo único que he explorado de ella son dos cocoteros, densa vegetación, algunos árboles frutales y un riachuelo. No he ido más allá. Aparte sólo estoy yo. Llegué aquí con diez años y ya tengo trece. Tendría que estar en clase a estas horas, pero estoy aquí, solo, reflexionando sobre lo que hacer. Nunca pasan barcos cerca de aquí. Este lugar es considerado un sitio peligroso, pero para mí sólo es un montón de tierra rodeado de agua. La gente dice que en esta zona pasan cosas terribles, y si con ello se refieren a que te puedes quedar solo en este sitio abandonado durante años sin ver a los que quieres, están en lo cierto. No le desearía esto ni a mi peor enemigo.
                Llegué aquí por un impulso. Era un día soleado del verano de hace tres años. Montaba en lancha con mis padres y le pedí la llave de la lancha a mi padre. Entonces, con unas provisiones secretas, un mapa y mis objetos más preciados, (metidos en la lancha aquel mismo día) metí la llave en el agujero, la giré y, dejando a mis padres en tierra, partí hacia esta zona, “El Triángulo De Las Bermudas”. Dicen que por aquí han visto a un monstruo y que  pasan cosas raras, como he dicho antes. Me vine aquí, sabiendo que nadie me seguiría por los peligros de la zona. Si hubiera pensado lo que estaba haciendo con más detenimiento, seguro que no lo habría hecho. Ojalá alguien me llevara a casa. La lancha está hundida en el fondo del mar. Al llegar aquí, naufragué, y por poco si muero. Por suerte, encontré esta isla. Nunca la he explorado entera. Me ha dado miedo alejarme de la playa y de la zona que la rodea. Creo que está deshabitada, pero a lo mejor hay alguien que vive aquí. Sea lo que sea, hoy lo voy a descubrir. Voy a explorar todo el terreno, porque mi salvación podría estar en el interior de la isla. Puede que haya personas y que tengan algo para que pueda escapar de aquí. Pase lo que pase, espero que si aquí viven personas, no sean caníbales y me ayuden a volver a mi casa.
                Llevo caminando bastante rato y de momento sólo he visto algunos árboles y arbustos y una prolongación del riachuelo que había cerca de la playa. Por si acaso me pierdo, llevo conmigo mis provisiones y todos mis objetos personales, ya que esta isla parece demasiado extensa. Creía que era más pequeña o, al menos eso me parecía. Las piernas me están empezando a temblar y creo que me estoy mareando, pero ahora no puedo parar, me parece que se mueve algo en los arbustos que he dejado atrás. Voy a seguir, al menos hasta que esté seguro de que he dejado a lo que quiera que haya en el arbusto muy lejos. Pero, no puedo más…cada vez las piernas me flojean más y…siento que…me desmayo.
                Acabo de despertar de mi estado inconsciente y me encuentro en un lugar oscuro. Me parece que es una cueva, pero sea lo que sea, estoy demasiado débil para comprobarlo. Casi no puedo mover las piernas. Si pudiera, ahora mismo saldría corriendo, antes de que lo que me haya traído aquí aparezca. Espero que no esté en este lugar como aperitivo de un animal peligroso o de unos caníbales. Sólo me queda pensar en positivo como he hecho estos últimos años.
                Creo que una luz viene de la entrada de la cueva. Voy a intentar incorporarme, a ver si logro ver lo que hay ahí, para saber si debo esconderme o quedarme. Parece una persona, sí, es una persona, y que yo sepa no es que tenga mucha pinta de caníbal, así que puede que por fin consiga salir de esta isla.
                La persona se está acercando, ahora puedo ver que su ropa es vieja y marrón. Lleva puesta una chaqueta que le cubre casi todo el cuerpo y sólo deja ver sus zapatos, que son unas botas de montaña marrones. Lleva un sombrero con la concha del camino de Santiago y un bastón. Su cara está llena de arrugas y está poblada por una densa barba gris, que parece enmarañada. Su pelo también es de un tono grisáceo y parece bastante descuidado. El hombre anciano se está acercando aquí, pero no tengo miedo, una sensación buena invade mi corazón. Tengo un buen presentimiento.
                El hombre está sentándose en una silla que está cerca del lecho donde descanso. No me había fijado antes, quizá por mi vista cansada, pero esta habitación está llena de muebles. El hombre me está preguntando acerca de mi estado:
-       -  ¿Cómo te encuentras chaval?
-      -  Bien.
-      -  Menos mal. Creía que estabas más grave.
-      - ¿Por qué?
-       - Llevas dos horas ahí tumbado y no presentabas signo de mejora.
-      -  ¿Quién es usted y por qué me ha traído aquí?
-       - Esa pregunta te iba a hacer yo ahora mismo.
-       - Sí, sí, pero primero responda usted.
-       - Soy David González, un ermitaño que lleva aquí toda su vida. Te he traído aquí porque estaba recogiendo fruta cuando vi que te desvaneciste. Entonces me asombré de verte aquí, en esta isla. Llevo aquí mucho tiempo y nunca he visto a nadie. Vi que estabas muy débil, y te traje a mi casa para que cogieras fuerzas.
-       - Ah, pues gracias por todo.
-       - De nada chico. Ahora responde tú a la pregunta.
-       - Soy Sam. Llevo aquí tres años, desde que me fugué de casa en la lancha de mis padres. Vine aquí porque dicen que es un lugar peligroso, y pensé que podría estar solo, ya que la gente nunca me ha agradado. Siempre he estado incómodo cuando ha habido gente a mi alrededor.
-       - Te entiendo perfectamente. En realidad, no llevo aquí toda mi vida, sólo desde los doce años. Vine por el mismo motivo que tú. Siempre me he sentido diferente e inferior, y pensé que estar solo era la solución.
-       - Sí, pero hace tiempo me di cuenta de mi gran error, pero ya era demasiado tarde, la lancha se había hundido y yo no tenía medios para volver. Por eso pensé en explorar entera la isla, por si encontraba a alguien que pudiera ayudarme.
-       - Entiendo. Pero yo no sé que puedo hacer para ayudarte. No tengo malas intenciones, pero  soy un inútil.
-    - Eso pensaba yo antes, que era un inútil, pero si piensas así sólo conseguirás sentirte mal. Estar aquí solo me ha ayudado a reflexionar y he visto las cosas claras.
-       - Llevas razón pero mi barca está rota y nunca he sabido arreglarla.
-      -  ¿Tienes herramientas?
-       - Tengo un martillo hecho con una piedra atada a un palo y algunos clavos. Iban en la reserva de emergencia de la barca.
-      -  Eso bastará para salir de aquí.
-      -  Sí, pero primero tómate esta sopa para que recobres fuerzas.
-      -  Vale, muchas gracias.
                Me he tomado la sopa con gana. Hacía tres años que no probaba algo tan bueno y caliente. Ahora he descansado toda la noche y David y yo, vamos a empezar a arreglar la barca. Por fin sale un rayo de luz en medio de la oscuridad. David ha ido a buscar su barca, ya que hace cuarenta años que está tirada en la otra parte de la isla y David dice que ya casi no se acuerda de donde está.
                Estoy viendo una sombra a lo lejos, es él, David, se está acercando hasta mí, a una velocidad impresionante para su edad.
-       - ¿Qué sucede?
-      -  El barco está encallado en una roca, pero está bien, sólo tiene un agujero en la parte delantera y está lleno de polvo y suciedad.
-     -   Bueno, podría ser peor.
-       - Sí, claro…podría…ser…peor –dice intentando retomar aire.
-       - Entonces, ¿qué hago ahora?
-       - Ve a mi cueva a por el martillo y los clavos. Yo voy a intentar buscar madera para el barco. Hay que recubrirlo entero. El material del barco está estropeado por llevar tanto tiempo encallado y sin usarse.
-      -  Vale, pues nos vemos ahora.
                David y yo estamos dispuestos a arreglar ese barco. Me parece increíble que con David hable sin timidez y con confianza. Se ve que cuando uno necesita ayuda, por muy tímido que sea la pide.
                Me acabo de encontrar a David y dice que ya ha conseguido hallar madera. Entre sus herramientas había un hacha y se ha dedicado a talar árboles para conseguirla. Estamos listos. Esto nos llevará dos o tres meses, pero lo vamos a conseguir.
                Han pasado treinta días y ya hemos terminado de arreglar el barco. Me ha parecido asombrosa la velocidad a la que hemos trabajado. Ha sido como si en vez de dos fuéramos diez hombres. Ahora el barco está reparado  y podemos volver por fin a casa. Me parece mentira.
                David y yo estamos subiendo al barco las últimas provisiones y mis objetos personales. Hemos trasladado la casa de David al barco o, al menos todo lo que había en ella. Ya nos hemos subido los dos al navío. Nos hemos despedido de esta isla, que nos acogió bien durante nuestra estancia y que nos permitió sobrevivir y reflexionar acerca de la vida. Estoy emocionado. Creía que nunca iba a volver a ver a mis padres ni a Verónica, pero voy a volver con ellos. Por fin, después de tanto tiempo. No hago más que pensar en mi familia. Siento que Verónica estará entre mis brazos muy pronto, y esa idea me llena de fuerza y satisfacción. David me empieza a hablar:
-       - Vamos a tardar unos cuatro días en volver a España, pero lo vamos a conseguir.
-       - Seguro que sí. Por fin voy a volver con mi familia.
-       - Sí, y yo con mis padres y hermanos.
                En estos momentos ya hemos salido de la isla y llevamos dos horas de navegación. El viento va a nuestro favor, por lo que parece que llegaremos antes de lo previsto.

                Ya han pasado tres días, en los que hemos hecho las mismas cosas repetidamente: levantarnos, desayunar, vigilar la ruta, limpiar el barco y la cubierta, comer, navegar y preparar las velas, pasar la tarde con algún que otro entretenimiento, cenar y dormir. Estamos viendo tierra desde el barco y parece que es España. Sea la tierra que sea, habremos llegado en unos minutos.
-      -  ¡Tierra a la vista!
-      -  Sí, por fin.
-      -  Sam, cuando lleguemos nuestros caminos se separarán. ¿Tú, donde vivías?
-      -  En Granada capital. ¿Y tú?
-       - En Santiago de Compostela.
-      -  Ya, entonces, ¿cómo llego a Granada?
-      -  Tengo algo de dinero, el suficiente para que ambos cojamos un tren de vuelta a casa.
-       - No sabes cómo te agradezco lo que has hecho por mí.
-      -  Ha sido un placer. Ha sido agradable hablar con alguien después de cuarenta años.
-      -  Lo mismo digo, pero después de tres años.
-      -  Bueno Sam, mucha suerte, te deseo mucha felicidad en la vida.
-      -  Lo mismo te digo, que seas feliz, pero nunca te olvides de mí.
-     -   Nunca lo haría.
                Después de estas palabras David y yo nos hemos dado un abrazo que parecía eterno por la felicidad y la emoción con la que ha sido llevado a cabo. En estos momentos estamos bajando del barco las provisiones y demás. Nos encontramos en Algeciras. Cuando acabemos de descargar las maletas, vamos a dirigirnos a la estación de tren para coger uno de vuelta a casa. Aunque David podría ir en su barco hasta el norte de España, prefiere coger un tren, ya que está demasiado harto de su barca.
-      -  Adiós Sam, cuídate.
-      -  Adiós…
                David se ha marchado hacia su tren y yo entro en estos momentos en el mío. Me ha dado su dirección y yo a él le he dado la mía o,  por lo menos la que tenía antes. El tren llegará a Granada en cuatro horas. Creo que mientras me voy a dormir, para evitar que la espera se me haga larga.
                Me acabo de despertar y vamos a llegar en unos segundos a Granada. Ya está, estoy aquí. Me estoy bajando del tren a toda velocidad y voy como una flecha hacia mi casa. Llegaré en diez minutos o menos.
                Ya estoy llegando, voy a llamar al timbre.
-      -  ¡Ding Dong!
-       - ¿Quién es?
-       - ¿Es la casa de los Gómez?
-       - Sí, ¿quién es?
-       - Soy Sam.
-      -  Perdone, pero no tiene gracia. Sam desapareció hace tres años.
-      -  ¡Que soy yo!
-      -  Demuéstrelo.
-       - Me escapé en la lancha de papá dejándoos en tierra.
-     -   ¡¿Sam?!
                Mamá baja a toda prisa por la escalera y yo subo corriendo. Nos estamos dando un abrazo desde hace cinco minutos y es tan fuerte que compensa estos tres años perdidos.
-       - Siento haberme ido, cometí un gran error.
-      -  No importa, olvídate del pasado. ¡Has vuelto!
-       - Sí.
-       - ¿Dónde has estado estos tres años?
-       - En una isla en la que naufragué, a tres días en barco desde Algeciras.
-       - ¿Cómo has podido volver?
-      -  Encontré a otro náufrago en la isla y reparamos su barca. Después, cuando llegamos a Algeciras él se fue en un tren a Santiago de Compostela y yo cogí otro de vuelta a Granada con su dinero. Le debo un gran favor. Me salvó la vida en la isla.
-       - Bueno, vamos a  ver a tu padre. Le va a dar mucha alegría de verte. Desde que te fuiste nunca hemos perdido la esperanza de que volverías. Te hemos buscado por todas partes. Y Verónica nos ha ayudado muchísimo.
-      -  ¿Verónica?
-       - Sí. Cuando he pronunciado su nombre te han brillado los ojos. ¿Eh?
-       - Sí, bueno…yo…
-      -  Venga ya…sube a casa hijo mío.
-       - Vale, mamá.
                En ese instante subimos a casa y vi a papá, que en cuanto me vio casi no me reconoció, porque según él, había crecido y había dejado de ser un niño. Estaba tan contento de haber vuelto que no dejé de sonreír. Aquel mismo día por la tarde, mi madre llamó a Verónica. Y en cuanto esta entró por la puerta y me vio, no sólo me abrazó, casi me asfixia, como mi madre cuando me vio. Ahora voy a decirle lo que debería haberle dicho hace tiempo.
-      -  Verónica, yo…quiero decirte que…estoy enamorado de ti… y que, si tú también.
-      -  Yo, es decir, a mí, me gustas tú, temía que no volvieras, sólo de pensarlo me entraba fatiga y se me hacía un nudo en la garganta.
-      -  A mí me pasaba lo mismo, no he dejado de pensar en ti estos tres años… ¿quieres ser mi novia?
-     -   Yo…sí, claro.
                Entonces me acerqué a ella y ella a mí…y nos dimos un beso, que aunque duró segundos, pareció eterno. Desde entonces todo cambió. Hice muchos amigos y formé una banda de música, que me permitió expresar los sentimientos que a veces tanto cuesta decir con palabras.
               
                Con esta historia quiero deciros a todos, que las personas a las que quieres llenan un vacío que no llena otra cosa y que por muy diferentes que os sintáis, nadie es superior que vosotros. Todos somos iguales y alejarse de los demás no nos hace mejores, porque los problemas hay que afrontarlos. Sed felices y apreciad lo que poseéis, porque sólo nos damos cuenta de lo que tenemos cuando por algún motivo lo perdemos.

1 comentario:

  1. ya sabes lo que opino de tu historia, pero en mi opinion, ahora que Sam a vuelo a su casa, por qué no sigues escribiendo más? Sam ya sabe su error, pero la historia no tieene porque acabas ahí, si yo fuera tú seguía escribiendo!!! Ánimo ;)

    ResponderEliminar